Bombonera repleta. Mucha lágrima. Mucha emoción. Así fue la noche de Palermo, su última noche como jugador en la Bombonera. Ya era hora de que un símbolo del club tuviera un homenaje como éste, disfrutándolo, llorando de emoción, recordando viejos momentos de gloria, saludando a medio mundo, venerado por compañeros, hinchas, dirigentes, todo el mundo. Merecido, merecidísimo para un 9 que hizo historia con sus goles, con su fuerza de hierro para salir en las difíciles. Optimista del gol, bien bautizado por Bianchi, como ninguno.
Esta noche de domingo deja la lección de que los ídolos de los clubes deben irse así, con laureles, estén o no en su mejor momento. Sean titulares o no. Porque ya se habían ido casi en silencio, o con problemas, tipos como Guillermo (cuando dirigía Russo, sólo tuvo una ovación en la previa de un partido), Serna, Bermúdez, entre otros. Y antes, símbolos como Mouzo, Gatti, Navarro Montoya... Esta vez se hizo justicia con Palermo, un 9 que dejó su marca en la historia del fútbol argentino, que pudo disfrutar después de haber sembrado tanto. Y que sean muchos más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario