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Makita9H

sábado, 19 de junio de 2010

Goleador pura sangre

En Olé salimos de viaje para contar cómo se vive el Mundial en los lugares donde nacieron los muchachos de la Selección. Y largamos por La Plata: allí encontramos una historia Mundial de Palermo... ¿De Martín? No, ¡de un caballo que se llamaba Palermo! Su dueño era un amigo del Loco, y hasta le tiñeron el flequillo. Nada de quedarnos muzzarella: contamos cuando el goleador hacía deliveries.

En La Plata se puede encontrar una plaza cada seis cuadras y cada dos o tres pasos ver una camiseta de la Selección. La ciudad respira más fútbol que nunca y las mesas de los cafés ya parecen un casting de aspirantes a Estudio Fútbol. ¿Otamendi o Jonás? ¿Clemente o Heinze? ¿Defender con tres o con cuatro? Nada es lo mismo sin fútbol, nada es lo mismo sin los payasos mediáticos de cada bar, cada café, cada oficina.
Se sabe: las historias futboleras situadas en esta ciudad tienden a ser desaforadas. Los del Pincha, por ejemplo, coparon las calles con ¡50 mil hinchas! cuando ganaron la última Copa y los jugadores tardaron cinco horas en llegar a la Plaza Moreno. Los hinchas del Lobo, por su parte, cada vez que el equipo necesita una victoria viajan a la Recoleta a pedirle una mano a Saturnino Perdriel, un ex presi del club. Al recibirlos, Perdriel no se pone de pie para saludarlos, debido a un problemita: está muerto desde 1888. Sin embargo, como cábala, los hinchas se juntan alrededor de su tumba para que los ayude desde el Más Allá.
¿En qué otra ciudad, entonces, podría haber nacido el Loco Palermo?
Sobre la calle 9, esquina 71, hay una casita marrón y blanca. La fachada no dice mucho, pero acá pasó su infancia el prócer San Martín. Acá tenía su pieza empapelada con posters de Soda Stéreo y le copiaba el look a Cerati. Iba al colegio Sagrado Corazón (calle 57, entre 8 y 9), encaraba el área en las Inferiores del Pincha y encaraba chicas en el boliche Block. Un winner total, andaba en una... Zanellita marrón.
“¡Qué épocas! Ibamos juntos en la moto escuchando Los Pericos. Un auricular del walkman se lo ponía él y el otro, yo. No había plata, así que la nafta la pagábamos a medias”.

El que habla es Roque Martín Muro, alias Pinocho. Roque tiene 36 años, es fana del Pincha y amigo de Martín desde los 12. “Yo le tiré centros antes que el Melli Guillermo -saca pecho-. En los partidos del colegio, Martín me los pedía pasados para hacer esas media-chilenas que después hizo en Boca, je”.

Antes de ser el optimista del gol, Palermo fue el optimista de la de muzza y fainá, la de palmitos, la de anchoas. “Entre el 93 y el 95 -precisa Roque-, mi viejo tuvo una pizzería. Las Caseras de Oro, se llamaba. Estaba en 5 y 56. Martín venía siempre a comer. Tenía un Fiat Uno bordó y, cuando había muchos pedidos, él mismo hacía el delivery en el auto. Acá ya era muy conocido, ya jugaba en Reserva. Así que imaginate la cara de la gente cuando abría la puerta...”.

Pura sangre, Palermo tuvo competencia, y no hablamos de animales como Higuaín ni Milito. “En el 98 -dice Roque- mi papá compró un caballo de carreras. Se llamaba Palermo, por el Hipódromo. En esa época, Martín tenía el flequillo teñido y entonces dijimos: ‘Se lo teñimos al caballo’. Y así fue. En la primera carrera hubo muchos medios y terminó sexto. Pero siguió corriendo y llegó a ganar diez carreras. Martín quedó como su padrino y por eso el caballo tuvo tanta repercusión. Una locura”.

Debe resultar agotador ser loco en una ciudad de locos. Palermo lo es. Sin embargo, Roque asegura que Martín siempre fue así, desde pibe, y hasta cuenta que una vez se le dio por comprar un mono. Ahora, su máxima locura: el Mundial. “Se lo tiene merecido por su esfuerzo. Pensar que los domingos nos levantábamos a ver al Napoli del Diego por Canal 9. ¡Y ahora está en el Mundial con Maradona!”.

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